24 feb 2012

Padres y madres andamos de cabeza desde que Arantxa Sánchez Vicario e Isabel Sartorius han entregado a la imprenta sus heridas infantiles. Ahora sólo falta que Joselito, “El pequeño ruiseñor”, regrese de alguna revolución selvática para contarnos que su declive se justifica por un padre pesetero, una madre sin escrúpulos.

Reconozcamos que esta venganza en cuché nos distrae del empacho de macroeconomía de cada jornada. Uno piensa en Arantxa y enseguida le viene al recuerdo la madre de la tenista, cuando desde la grada de Roland Garros o Wimbledon apretaba los dientes, como si la presión del marfil pudiera decidir la suerte de un taquicárdico “match point”. Arantxa fue su apuesta -también sus otros dos hijos-, la inversión de todas sus ilusiones, un cheque en blanco en la medida que iba sumando copas y ensaladeras.
España paralizada por un juego de raqueta bien merecía un homenaje al matriarcado. Incluso por aquel entonces llegamos a escuchar la voz de algún cursi, anunciándonos que los trofeos internacionales de la chiquilla significaban el final definitivo de la Transición, como cada domingo electoral termina convirtiéndose en “una fiesta de la democracia”, qué aburrimiento, siempre la misma sinsorgada. Detrás del quita de ahí esos millones se descubren las horas bajas de una mujer sin infancia o, peor, las de una mujer que entregó su infancia al sueño cruel del éxito, con lo difícil que es vivir de las rentas.

Peor es el otro caso. El de Isabel Sartorius, la eterna novia del Príncipe, pobrecita, a la que cuesta imaginársela desprendida de aquel sueño rosa y azucarado que no pudo ser. Dice que no quiere aprovecharse de aquellos meses de cuento de los que apenas quedan tres o cuatro fotografías, poca carnaza para llenar las cientos de hojas que exige la biografía de quien apenas tiene nada interesante que contar. Y es ahí cuando resucita a su difunta madre y nos la muestra esnifando cocaína. Asegura que lo publica por terapia, para demostrarse a sí misma lo mucho que ha sufrido. Y entonces pienso que a esta chica le faltan amigos, hombros sobre los que cargar su ruina.
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