23 jun 2012

Pocas veces me río
de mí mismo.


Si es que me tomo demasiado en serio,como tal vez le ocurra a usted. Nos enfrentamos a la vida con un empacho de gravedad, quitándonos el sueño a causa de una crisis de más y unos euros de menos, con lo importante que es dormir bien y suficiente... Pero así somos, caminantes por este momento de la Historia que juzgamos difícil; caminantes que se amargan en cada ocasión que consultan los datos económicos que trae el diario, cuando difícil, lo que se dice difícil, fue el tiempo de los otros, los que vivieron antes, aquellos que descubrieron las orejas al lobo de la guerra, del invasor, del hambre y padecieron tantos otros sacrificios que les engrandecen ahora que les miramos con la distancia de los años. Porque lo nuestro será malo –que se lo digan a quienes llevan tantos meses sin encontrar empleo o sin cobrar–, pero no tanto como para echarnos por encima el telón de la depresión, una palabra que se utiliza mucho en el sur de América. Me lo contaba un amigo que conoce aquellos lares: Uruguay fue, durante mucho tiempo, el regocijo del continente, un lugar pequeño pero rico en pastos –en comida, ya nos comamos la verdura, ya la vaca–, con un envidiable rincón para el descanso. Sin embargo, la mala administración les empujó a deprimirse hasta el punto de que lo que en Argentina era un sueño, en Uruguay se transformaba en pesadilla, o en melancolía, que es el miedo que paraliza. Ahora que Argentina es el cortijo Kirchner, la banda robaempresas, lo que en Argentina es una pesadilla en Uruguay conduce irremediablemente al suicidio, que es una manera muy masona de darle puntilla al fracaso.

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