15 jun 2012

Puede que nunca hayan sido tan necesarias las vacaciones. El curso pesa demasiado: les pesa a los estudiantes que en estas fechas rematan sus conocimientos (o el desconocimiento total) y nos pesa a los que permanecemos en esta nave que se balancea al vaivén caprichoso y furibundo de las olas. Llevamos tantos meses ateridos por los gritos del vigía (<<¡hombre al agua!>> por aquí, <<¡hombre al agua!>> por allá...) que el mar de junio parece más una sopa de despedidos que una cordillera de aguas verdinegras. Ojalá a partir de septiembre la travesía se convierta en la pesca de los náufragos. Ojalá, entre todos, podamos liberarles de los tentáculos del océano.

El Papa ha pedido en el Encuentro Mundial de las Familias, que aquellas que todavía tienen recursos ayuden a las que están a dos velas, como en tiempos de los Apóstoles, cuando los cristianos vivían la fraternidad de manera elocuente y todos ofrecían, por el bien de la comunidad, incluso aquello que necesitaban. Semejante gesto se me antoja revolucionario a día de hoy. No en vano, este curso también ha sido rico en deslealtades. Ni siquiera el Santo Padre se ha librado de la codicia de los suyos, que han pervertido el dulce mandato de colaborar con Pedro con una lucha intestina (carta va, documento viene, confidencia aireada…).
También a nuestro Rey, en el ojo del huracán a cuenta del tropezón con un elefante, le escuece la deslealtad de un yerno que despreció la honra que debía vivir tanto como la que debía aparentar. Pero, no nos sulfuremos; la perfidia de los ayudantes del Papa, la torpeza del monarca y el abuso de poder por parte de sus familiares son consecuencia lógica de un mundo que rechaza la lealtad en el ámbito afectivo, familiar y profesional.

Así que necesitamos las vacaciones de verano: la estrecha convivencia con los nuestros y el contacto con la naturaleza, nos ayudarán a descubrir dónde se origina la vía por la que hace aguas nuestra embarcación.

www.miguelaranguren.com
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