Qué exotismo el de aquella
historia de amor.
Exotismo por la sorprendente mezcla de sangres: la de un extremeño
y la de una princesa azteca, algo
inimaginable antes de que Colón
cumpliera su capricho de llegar a
las Indias desde el otro lado del mundo. La gesta de las tres carabelas abrió las puertas al colorido de muchos amores, como el del tal Alonso
de Manrique, natural de un pueblo cacereño, y
una mujer llamada Xunchitl, hija del emperador
Moctezuma y poseedora de la Piedra Verde, legendaria gema de los aztecas que da nombre a
una de las mejores novelas del siglo XX.Exotismo también porque ese amor no formaba parte de las aspiraciones del extremeño.
Alonso se había hecho a la mar por necesidad,
obligado a escapar del corazón corrompido de
sus vecinos, que le acusaban de ser judío bajo
una falsa apariencia de cristiano viejo, situación que por aquel entonces podía convertirse
en gravísimo delito. Xunchitl, por su parte, hacía tiempo que recibía oráculos mientras dormía: unos hombres cuasi divinos conquistarían
la ciudad de los lagos, Tenochtitlán. El duerme-
vela le hizo saber que aquellos soldados arrancados de la exótica Extremadura y de la no me-
nos extraña Andalucía acabarían con toda una
era primitiva y salvaje, rica en sacrificios humanos, para alzar una luz nueva, superior a la de
Quetzalcoatl, dios entre los dioses de tan vengativo panteón. Seguir leyendo en pdf

