La nevera de mi casa parece un fantasma.
Y no porque no tenga sus alimentos más o menos ordenados en cada uno de los estantes y en las cajoneras de la
puerta, más abundantes de lunes a miércoles que de miércoles a domingo,
cuando da pena que se encienda la luz interior para mostrarnos sus tripas hambrientas.Parece un fantasma porque casi todos los productos que alberga son de marca blanca,
alimentos sin nombre, comida descastada, víveres de economía doméstica
en horas bajas, ajenos al dorado de
las etiquetas de lujo, al sello inconfundible de las casas de siempre, a la garantía que ofrece un logotipo.Seguir leyendo en pdf