17 abr 2013


Mi mundo de líneas y palotes se queda en las cosas pequeñas que trae la rutina, piezas que solemos despreciar por su aparente debilidad y que, sin embargo, forman los engranajes de esta maquinaria milagrosa de la vida.


Los escritores no hemos logrado escaparnos de “la quema”.La crisis también nos ha dado un mordisco que se ha llevado buena parte de nuestras páginas, de  nuestras letras. Los periódicos y las revistas boquean como peces fuera del agua; las editoriales no saben cómo defenderse del pirateo on-line que convierte nuestras novelas en humo con forma de libro electrónico…
Por si fuera poco, cada vez quedan menos lectores dispuestos a pagar por llevarse un fajo de prensa bajo del brazo, un libro tridimensional aunque esté de oferta. Es el sino de este tiempo de cambios radicales, que también tiene muchas cosas positivas, especialmente la difusión sin fronteras que nos regala internet, este misterio de ondas invisibles por el que nos leen en Groenlandia y Bormujos del Condado, en Bratislava y Cerezo de Abajo, en Miami y Treceño…,allí donde haya alguien que entienda nuestra riquísima lengua y al que despertemos el interés gracias a un título sugerente como el de este artículo,el de mi reencuentro con los medios.
Les confieso que antes de comenzar esta nueva aventura, he investigado entre todos los diarios online. Por eso puedo arriesgarme a calificar Teinteresa como la ventana digital de actualidad más atractiva en la biblioteca infinita de las webs. Comprenderán que ande como niño con zapatos nuevos ante este nuevo reto. Solo soy un pequeño escritor que publicó sus primeros garabatos -en forma de novela- a los diecinueve años y a quien, a los cuarenta y dos, se le abre la posibilidad de triunfar en la intangibilidad de la red.
Me gusta puntualizar que un escritor no es aquel sujeto que escribe. Si así fuera, de escribanos estaría el mundo lleno. Un escritor es una persona que escribe para los demás, lo que sólo es posible cuando existe un soporte que pueda alcanzar los ojos del público. Teinteresa es ahora mi soporte, el altavoz de mis palabras mecanografiadas, la oportunidad de contar aquí y allá lo que me pasa por el magín, de compartir mis miedos y alegrías, la estupefacción de estar vivo, la sorpresa de abrir los ojos cada mañana para descubrir tantos titulares que llaman a todo menos a la indiferencia.
Quienes me hayan leído alguna vez, sabrán que no suelo tratar asuntos de política. Mucho menos de economía, de la que ni siquiera domino la “cuenta de la vieja”, para la que necesito hasta los dedos de los pies. Tampoco sé apenas nada de deportes y no suelen interesarme la sección de sucesos, tan sangrienta. Mi mundo de líneas y palotes se queda en las cosas pequeñas que trae la rutina, piezas que solemos despreciar por su aparente debilidad y que, sin embargo, forman los engranajes de esta maquinaria milagrosa de la vida.
Lo mío es volver y volver, como en la vieja ranchera, pues aún tengo muchas cosas que decir, que escribir, que compartir con todos ustedes. Sé que serán indulgentes. Esa es mi confianza.

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