18 ene 2014


En el fragor entusiasta del comunismo urbanita que miraba al campo, el chileno Víctor Jara cantaba aquello de “A desalambrar, a desalambrar/ que la tierra es nuestra/ es tuya y de ese y aquel/ de Pedro y María, de Juan y José”. Reconozco que la letra era pegadiza y el mensaje bien claro: todos a buscar una cizalla para partir los alambrados de Chile. De haberle hecho caso los tales Pedro y María, Juan y José, los ganados todos de ese país -que fue boca de metro por la que salían inmigrantes venidos de los lugares más inesperados del viejo continente- vagarían aún por las calles de Santiago en una sonatina de balidos y mugidos. Pero la canción era pegadiza y encendía a los seguidores de Jara. 
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Las palabras unidas a la música pueden forjar bellísimos alegatos. Víctor Jara clamaba justicia para los desheredados de su país, para los habitantes de esas barriadas miserables junto a las carreteras dibujadas sobre los herbazales chilenos que –seguro- se repartían entre unas pocas familias. Clamaba con su voz y su guitarra. Guitarra comunista, pensaban los encargados de velar por la seguridad nacional tras el golpe de Estado del general Pinochet. Por eso mataron al trovador después de romperle los huesos de las manos, por temor a que después de muerto pudiese empuñar de nuevo su instrumento de madera. 
No soy comunista, pero me gusta cantar a Víctor Jara, su preciosa “Te recuerdo Amanda” o ese panegírico sobre la socialización de los predios chilenos, porque las canciones bellas no hacen daño sino todo lo contrario: el cantautor me hace pensar en la justa distribución de las riquezas naturales mientras repito –mal entonadas- sus estrofas. 
Me emocionan los versos de Jara tanto como me repelen los ladrillos, las piedras y el mobiliario urbano que los revolucionarios de opereta usan para destrozar las ciudades. Madrid, Barcelona, Burgos son los campos de batalla que han elegido para imponer su versión del “A desalambrar”, a base de golpes, destrozos y vandalismo. Van con el rostro tapado, para que la policía no les fiche y para que los periodistas no los reconozcan, pues los causantes de las lluvias de pedradas son siempre los mismos. Se han erigido, no se sabe en nombre de quién, para hacer de su capa un sayo mientras prenden las capitales, deseosos de provocar una versión posmoderna de la Semana Trágica. 
Deseo que los “alambren”  con unas esposas resistentes, que les juzguen y les hagan pagar todos y cada uno de los destrozos. Lo pasarán mal, lo sé, porque están acostumbrados a dormir caliente, a que sus amorosas mamás les hagan la cama y les lustren las botas de guerrilleros. 
Si Víctor Jara estuviese entre nosotros, si los viera actuar, se convertiría en firme defensor de la propiedad privada.


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