3 feb 2014

Anuncia el ayuntamiento de Barcelona su propósito de elevar las multas a quienes se comporten de manera incivilizada en la vía pública. En un primer momento parecen preocuparse por el ruido del botellón, que en las estrechas calles del bárrio Gótico, las Ramblas y los alrededores del puerto no deja dormir a los vecinos. Sin embargo lo que de verdad preocupa al consistorio son los pises de los jóvenes que se divierten tirando de botella de guisqui y Coca-cola de dos litros. Son las cosas del beber.Del beber en demasía. Ya lo decía la canción de finales de los ochenta, en la que un aguerrido bebedor de cerveza anunciaba a los cuatro vientos su necesidad de evacuar la vegiga dónde sea, única manera de poder continuar el juego de la copa va, copa viene.
 Barcelona es una ciudad de turisteo. Su gran ventaja es que tiene la Sagrada Familia, una joya poco valorada cuando presumimos de que España es algo más que sol y toros (aunque esto último ofenda la sensibilidad de una legión de bobos) así como que disponen de mar, un Mediterráneo en el que cada vez atracan más urbes flotantes, esos megacruceros de los que se baja una multitud cámara de fotos en ristre. Y claro, el ayuntamiento considera que la impresión que deja una Barcelona que huele a pis no es la misma que podría dejar una Barcelona que huele, no sé, a caracoles asados.
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 Hacer pis (me resisto a emplear el verbo “orinar”, pues me recuerda a orinal y termina por darme asco) contra un portal o un cubo de la basura es una porquería. Y como tal, debe punirse. Si yo fuese el alcalde, además del castigo económico obligaría al marranete a pasarse unas horas fregando la acera, imagen también muy typical Spanish que seguro agradecen los que vienen de afuera en busca de emociones.
 Conviene recordar que Barcelona fue, hasta hace poco tiempo, ciudad nudista por bando municipal. Dicen que lo han prohibido, pero si se dan una vuelta por el paseo marítimo construido para las Olimpiadas, se sorprenderán ante un paisaje repleto de gente en cueros. Y a ciertas edades mostrar lo que cuelga daña la salud del visitante con mayor virulencia que un meado.
 Un día salí a pasear por las ordenadas manzanas de los alrededores de la Sagrada Familia. De pronto me topo con un tipo de unos cincuenta años, que paseaba ataviado únicamente con unas zapatillas. Por si fuera poco –siento entrar en detalles- se debía de haber sometido a una operación, pues portaba un maubrio de caballo. A causa de mi estupor, ya que en la misma calle había niños y niñas, adolescentes y jubilados, me acerqué a unos policías municipales que se dedicaban a engarzar multas en los parabrisas de los coches.
 -¿Es que no van a hacer nada? –les pregunté sin esconder mi indignación.
 -No hay nada que hacer –me respondió el agente-. El ayuntamiento ha declarado que Barcelona es una ciudad nudista. Si le detenemos, nos pondrá una denuncia y terminaremos por pagar la osadía.
 Ahora que les preocupa el tufo a pis, va a dar comienzo la caza del meón. Un nuevo entretenimiento callejero.




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