En la próxima revisión del Código Penal deberían incluir un nuevo delito: el cometido por los pelmazos reincidentes, aquellos a los que por más que se les ruegue prudencia y contención, siguen, erre que erre, poniéndole a todo el mundo la cabeza como un bombo.
Contaba Alfonso Ussía que le “pagaron” una conferencia con un regalo muy especial: una cotorra verde. Supongo el gesto del elegantón articulista madrileño, un mohín de boca arrugada, un arqueo espantado con las cejas, un repentino ataque de tos…
El pájaro de ancestros tropicales y su jaulón ocuparon, en la casa de Ussía, la habitación más alejada de su despacho. A pesar de todo, era tan estridente el grito que le manaba de sus tripas esmeraldas que conseguía levantar los papeles de la mesa y derribar los libros de las estanterías. Por eso fue bautizado como “Don Pelmazo”, en homenaje a todos los pesados que por la calle, en restaurantes y hasta mingitorios, abordaban al escritor para sugerirle temas para sus artículos y libros de humor, tantas veces con parecido chillido atronador.Seguir leyendo en Teinteresa.es
No sé qué fue del pájaro de marras. Alfonso Ussía nunca lo contó, aunque adivino que se lo acabó endosando –como refrito- a alguna admiradora pelma, de esas que buscaban su número en la guía de teléfonos para llamarle de madrugada y decirle que de niña también veraneaba en San Sebastián. Pero no novelemos en demasía; he de admitir que una mano inocente abriera la puerta de la jaula frente a una ventana abierta de par en par, al tiempo que se oía un "¡Vuela, maricón!", que es una manera muy de Ussía para resolver con gracia sus historietas.
Artur Mas tiene mucho del susodicho loro. Acumula tantos futuros delitos contra la paciencia de la gente de buena fe, que bien merecería que se revisara el principio de retroactividad de la Ley. Si el nuevo Rey tuviera a bien –en un rapto de genialidad- concederle algún título, le propondría que se reservara ducado, condado, marquesado o baronía entre sus mercedes, pues a don Arturo le basta el adjetivo de Pelmazo mayor del Reino para lacrar todos los sobres y hasta bordar -con las iniciales PMR- la pechera de sus camisas.
No sé cuántos años llevamos soportando sus baladronadas acerca del derecho a decidir, el referéndum de autodeterminación, la independencia de los países catalanes, lo mal que le trata Madrid y la injusticia de que él y sus gobernados tengan que soportar la peste a ajo del resto de España. De hecho, la continuidad de su mantra y de su gesto –un perfil de pretendido actor, que se queda en el de un empleado de gran almacén, con todos mis respetos para los profesionales del gremio- son la careta mejor moldeada del auténtico Don Pelmazo, de la mosca cojonera, del vecino que siempre se queja pero nunca está dispuesto a sumarse a las derramas para mejorar el edificio, del altavoz de la furgoneta del chatarrero que cada mañana pasa tres veces frente a mi casa, de la papagaya que (en el momento más emocionante de la película) telefonea a mi mujer y copa la línea hasta que llegan los títulos de crédito, de la madre que interrumpe las reuniones escolares para quejarse de lo mucho que pesa la mochila de su niño (entiendo que es ella quien la carga) o de esa otra que propone -a diestra y siniestra- formar nuevos grupos de wasaps.
No voy a sugerir que alguien desplume la cotorra que calienta el sillón de laGeneralitat, pues se me malinterpretaría y hasta podrían denunciarme por inspirar un magnicidio. Por mí, que don Arturo se dé un atracón de butifarra. Pero después, por favor, que alguien con un poco de cordura –que en su partido los hay- acuda con un papel celo y se lo ponga, bien apretado, sobre la boca.
Debería tener en cuenta que este hombre, capaz de repetir su matraca hasta debajo del agua, tiene la capacidad sobrehumana de los pesados para seguir –erre que erre- a través del plástico engomado.