Las enseñanzas
morales de la Iglesia soliviantan a aquellos que presumen de no vivirlas,
especialmente en los aspectos que el pueblo de Dios sabe colocar en su justo
lugar. Un cristiano no se pasa la vida dándole vueltas al sexto y al noveno
mandamiento. Son importantes, sí, pero en el orden de prioridades divinas fueron
colocados detrás de principios irrenunciables para quien pretende vivir como
buen hijo de Dios, comenzando por el definitivo <<Amarás a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a ti mismo>>.
Lo escribo a cuenta
del Sínodo de Obispos sobre la Familia. Se trata de una reunión de pastores,
alrededor del Papa, fundamental para el católico del siglo XXI y, por alusiones,
para el hombre y la mujer de buena voluntad. No en vano, la familia es puntal
de todas las sociedades habidas y por haber, pues sin familia no hay
estabilidad, acogida, entendimiento ni paz.
A los periódicos,
cadenas de radio y televisión de mi país llega, día sí y día también, la
matraca acerca de la Iglesia y el “matrimonio” homosexual, de la Iglesia y los
hijos de estos “matrimonios”, de la Iglesia y las parejas de hecho, de la
Iglesia y la comunión de los divorciados vueltos a casar… como si fuesen las
únicas razones por las que el Santo Padre ha llamado a una representación de
los pastores del mundo. De Francisco sólo pueden esperar –lo dicen y escriben,
pero no se lo creen- un cambio de doctrina que anule la de Cristo y la de más
de 2.000 años de magisterio y tradición.
Puede que en la
Europa descreída haya algún obispo deslenguado, puede que alguien con mala fe y
poca lealtad filtre pasajes interesados de estas reuniones o de las
conversaciones que en privado mantienen los representantes de la catolicidad.
Puede. Pero no entiendo la persistencia de los medios de comunicación, ya que
ni sus cabeceras ni su línea editorial muestran respeto por una fe libremente
asumida que, parece, les produce urticaria.
Quisiera saber
cuántos son los homosexuales a los que, unidos en “matrimonio”, les preocupa o
siquiera interesa lo que pueda sugerir el Sínodo de los Obispos. Quisiera saber
cuántos son los “padres” y “madres” homosexuales que estarían dispuestos a
seguir las indicaciones de la Iglesia. Quisiera saber cuántos son los
divorciados vueltos a casar que reclaman recibir la comunión. Porque la insidia
de la prensa ante el Sínodo, me hace pensar que pudiera estar alimentada
justamente por la ausencia de voces que solicitan esos cambios que a los
periodistas parecen cruciales.
El mundo no es sólo
el Occidente descreído, gracias al Cielo. Incluso en estos países que parecen
arrasados por lo que Benedicto XVI llamaba “la gran apostasía” florecen
millones de personas comprometidas con la fe que la Iglesia custodia. ¿Y si
fuese esto lo que de verdad les preocupa?