Me encuentro de
viaje familiar, en una estación de esquí por el sur de Francia. Desde hace unos
días, en los taludes helados al inicio de cada descenso puede leerse –escrito
con carbón y grana- “Je suis Charlie”, arrebato popular después de la masacre
en el semanario satírico de París, que tuvo la desafortunada ocurrencia de
caricaturizar a los personajes de una religión que no permite las burlas. Doce
muertos y un país unido frente al terrorismo. Los asesinos víctimas de la Ley
del Talión, y un país unido frente al terrorismo.
A mí, que no me van
las consignas, me gustaría, sin embargo, que en España también compusiéramos un
grito de indignación contra el terrorismo. Contra todo terrorismo, que de la
materia, por desgracia, estamos duchos: años y años de plomo y olvido, de larguísimos
pasillos de tumbas de las que ya casi nadie se acuerda.
Dudo que en Francia
se aplique la ley del olvido a los responsables del terror, por muchos años que
pasen. Dudo que en Francia, en Gran Bretaña, en Alemania, en los Estados Unidos
de Norteamérica…, la sociedad consienta cualquier pacto con los responsables
del terror. Dudo, incluso, que los medios se presten a hacerle el juego a la
política de la negociación. Dudo que la sociedad permita que los mismos que
llevaron las pistolas y colocaron las bombas, así como sus correveidiles,
ocupen un solo cargo público.
“Je suis Charlie”,
dicen los franceses. Yo soy Carlos, Luis, María, Antonio, Juan, Luis, Ana… y
tantos de los nuestros, víctimas inocentes del odio.