Le hicieron
quitarse la corbata en la puerta del salón en el que, cómodamente, recibe el
presidente Castro, Raúl, hermano del tirano del chándal. No iba a quedar bien
la fotografía de un ex presidente atildado junto a la de un reyezuelo en
guayabera. ¡Y se armó el Belén!
ZP lo sabía. Había
llegado a la isla, llorada en tantas habaneras patrias, junto a Moratinos, el
otrora ministro de exteriores, compañero de fatigas en aquellos años en los que
ambos convirtieron España en un despropósito. El hombre de la ceja no había
cumplido, una vez más, con el protocolo establecido para los antiguos
presidentes: notificar al gobierno sus viajes al extranjero, que es una manera
elegante de ofrecer su prestigio para que pueda ser aprovechado en beneficio de
nuestro país. Tal vez ZP no pudiera ofrecerlo. El prestigio, quiero decir. Tal
vez en la actual Presidencia le hayan agradecido que en otras salidas al
extranjero pasara por un turista más, un turista en primera clase y hotel de
cinco estrellas, que es lo mínimo que se merece quien ha habitado los
dormitorios de Moncloa.
ZP ya no tuerce el
índice sobre sus ojos para suplantar el vértice de sus cejas mefistofélicas, en
imitación a la corte de palmeros que -cuando las cosas se torcieron- hizo mutis
por el foro. Ahora sigue a rebufo a Moratinos y a Bono, con los que recorre el
mapa de los dictadores para cerrar negocios. Supongo que trabajarán a comisión
de las empresas que logren cerrar algún contrato con el Obiang de turno. Y si
en un descuido el Tirano Banderas aprovecha para inmortalizar el momento, ZP
tira de patriotismo para meter en un brete al Ejecutivo que nada sabía de sus
excursiones. Ese es su estilo, el de un candor peligrosísimo.