Los tanatorios han
hecho de la muerte un teatrillo de guiñol. El finado se encuentra detrás de un
cristal, en habitación aparte, convidado de piedra en su último homenaje. Una
vez superados los sonoros besos, los abrazos al cuello, unas sinceras lágrimas,
el sonar trompetero en un clínex que pinza la nariz, los congregados sueltan la
lengua para hablar de cualquier cosa menos del muerto. Con los tanatorios la
muerte ha perdido su aura espiritual, el empeño de los allegados en que el alma
repare sus culpas mediante la fuerza de la oración. No hace muchos años, cuando
a los fallecidos se los velaba en casa se encadenaban los rosarios, porque en
España la religión es algo más que cultura, el clavo ardiendo al que muchos nos
agarramos al ver al toro venir de frente. Con los tanatorios la muerte ha
ganado en acontecimiento social, cuánto tiempo sin verte, pues esa falda te
queda muy mona, ¿estás siguiendo la serie?, el niño me ha sacado seis
suspensos…, con aperitivos y todo, gentileza de la funeraria, oye, que está en
todo.
Leo que en China una
de las consecuencias del disfraz de la muerte es que apenas nadie acompaña a la
familia en los duros momentos del cementerio, cuando sobran las metáforas
porque la tierra acumulada junto al hondón nos grita cuál es el destino para
este cuerpo que mimamos tanto. Para evitar esas ausencias, leo, algunas
compañías funerarias amarillas ofrecen la asistencia de strippers, señoritas que se desvisten junto al túmulo como si en
vez de un duelo se celebrara una chusca despedida de soltero. Por lo visto,
refleja el texto, las autoridades han tomado cartas en el asunto ya que, leo,
los entierros se están convirtiendo en una alternativa al aburrimiento chinesco.
Yo me quedo con las
muertes de antes, el cadáver a la vista de todos, frío, rígido y sereno. Primer
Misterio: La Resurrección del Hijo de Dios.