3 may 2015



Los tanatorios han hecho de la muerte un teatrillo de guiñol. El finado se encuentra detrás de un cristal, en habitación aparte, convidado de piedra en su último homenaje. Una vez superados los sonoros besos, los abrazos al cuello, unas sinceras lágrimas, el sonar trompetero en un clínex que pinza la nariz, los congregados sueltan la lengua para hablar de cualquier cosa menos del muerto. Con los tanatorios la muerte ha perdido su aura espiritual, el empeño de los allegados en que el alma repare sus culpas mediante la fuerza de la oración. No hace muchos años, cuando a los fallecidos se los velaba en casa se encadenaban los rosarios, porque en España la religión es algo más que cultura, el clavo ardiendo al que muchos nos agarramos al ver al toro venir de frente. Con los tanatorios la muerte ha ganado en acontecimiento social, cuánto tiempo sin verte, pues esa falda te queda muy mona, ¿estás siguiendo la serie?, el niño me ha sacado seis suspensos…, con aperitivos y todo, gentileza de la funeraria, oye, que está en todo.
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Leo que en China una de las consecuencias del disfraz de la muerte es que apenas nadie acompaña a la familia en los duros momentos del cementerio, cuando sobran las metáforas porque la tierra acumulada junto al hondón nos grita cuál es el destino para este cuerpo que mimamos tanto. Para evitar esas ausencias, leo, algunas compañías funerarias amarillas ofrecen la asistencia de strippers, señoritas que se desvisten junto al túmulo como si en vez de un duelo se celebrara una chusca despedida de soltero. Por lo visto, refleja el texto, las autoridades han tomado cartas en el asunto ya que, leo, los entierros se están convirtiendo en una alternativa al aburrimiento chinesco.
Yo me quedo con las muertes de antes, el cadáver a la vista de todos, frío, rígido y sereno. Primer Misterio: La Resurrección del Hijo de Dios.
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