Nací en el inicio
de aquella década en la que los mayores se vistieron de marrón, con pantalones
acampanados, cuellos de camisa y de chaqueta desmesurados y apreturas que
debían resultar bastante incómodas. Llevo el sino de los setenta, que nadie
recuerda con la tristeza y las privaciones de la década de los cuarenta, la
autarquía y cierta felicidad de los cincuenta o la magia de los sesenta, que
comenzaron ciertamente serios para terminar al ritmo lisérgico de la música
ye-ye, sino con el aire de descomposición de un mundo antiguo que se quedó, definitivamente,
en blanco y negro, y la Democracia que se presentía. Claro que todo lo escrito
lo comprendí cuando me hice mayor. Por aquel entonces ignoraba el desdoro de que
mi Libro Escolar se abriera con el Águila de San Juan, a pesar de que fue
durante los primeros compases del reinado de Juan Carlos I que cursé parte de
aquella EGB en la que los niños comenzábamos a desaprender, antes de que a las
pobrecitas víctimas de la LODE (LOGSE después), sin culpa que achacarles, se les
inocularan pequeñas dosis de veneno, fundamentales para que hayan terminado
votando a Podemos.
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La educación es el
arma más eficaz en manos de los gobernantes españoles. En ella vuelcan su
irreprimible vocación de dictadores a escala de legislatura. La excusa que han
utilizado para colar tantos goles al sufrido pueblo, no es otra sino librar a
la infancia del estudio del listado de los Reyes Godos a cambio de un
adoctrinamiento en la nada (una clase de educación sexual, por ejemplo,
impartida por un desequilibrado), un ir pasando de curso en curso a pesar de
que la chiquillería no sume méritos ni formación suficiente para regentar un
puesto de pipas. Gracias a tanta medianía –de la que usted y yo, posiblemente,
somos arte y parte- España se sembró de campus universitarios coronados por
rectores que desprecian la investigación, algunos de ellos agentes del neocomunismo de coleta, que han
desarrollado un perfecto manual para convertir la Universidad en un campo en el
que las ideas se defienden a golpe de tuerka.