Se alzan una y mil
voces para que una cadena de televisión deje sin estrenar un concurso que tiene
como argumento a las mascotas y sus habilidades. Va, por ejemplo, una señora de
la calle Sierpes con su jilguero y le hace entonar “María de la O”, y a lo
mejor se lleva el favor del público, que le premia con una nueva oportunidad,
es decir, otra ocasión para que se luzca el pajarito, que bajo el foco y las
cámaras se atreve con el “Ave María” de David Bisbal. O se presenta un señor
con su bolsa de caracoles, y en vez de hervirlos para comérselos, los coloca
juntos para ver cuál es el primero en llegar a una meta. Y si el domador de
gasterópodos conquista al jurado, recibe la ocasión de rizar el rizo, o séase,
de poner a los moluscos a saltar a la comba y, por qué no, llevarse un pellizco
de dinero.
Seguir leyendo en El Correo de Andalucía
¿Por qué molesta que
las mascotas estén al servicio de sus dueños? Con voz agria dicen que no
quieren tigres en los zoológicos ni leones en los circos. No quieren perros que
sepan aullar como Raphael. No quieren gallinas que salten ataviadas con un
gracioso tutú de primera bailarina. Indignados, apelan a los derechos de los
animales, desconocedores de que sólo el ser humano es digno de derechos, pues
es el único capaz de asumir responsabilidades.
Los animales,
también los de compañía, deben de ser tratados, al menos, con la atención y el
cariño que en casa le dispensamos a Pipa, una reinona peluda dueña de un
ladrido que lacera los tímpanos; o a Guismo, un gato azul de conmovedor
ronroneo; o a las tres tortugas que vagan por el jardín; o a los agapornis que
colorean la terraza; o a Philip Book, un conejo de angora que odia el agua; o a
los periquitos que curiosean un nuevo nido de madera. Eso sí, son animales para
el disfrute de sus dueños, lejos, muy lejos, de las burdas proclamas de
aquellos que quisieran coronar a una cabra.