He visto a Pablo
Iglesias abrir una cadeneta sobre uno de los escenarios del desfile del Orgullo
Gay, en Madrid. Al ritmo de una canción de Alaska –venerada por los
transformistas-, el rey del populismo cañí sacudía una patada con la pierna
derecha, sacudía una patada con la pierna izquierda, daba unos pasos hacia
atrás -¡oe!...-, daba unos pasitos hacia delante -¡oa!...-, y con las costillas
bien prietas por las manos de quien le seguía en el trenecito, bajaba el culete
hasta casi tocar las tablas, para después alzar el cuerpo con un insinuante
meneíto. Parecía Georgie Dann a lo marxista leninista –una sacudida hacia el
público con la cabeza- o un ministro cubano de información entregado al
bailoteo comunitario –una sacudida hacia bambalinas con la coleta como látigo
chasqueante-, colofón a un bello desfile de tipos en tanga de lentejuelas y
alitas de ángel, de jóvenes musculosos de brillantes pectorales, ataviados como
eróticos espartanos -media vuelta con las manos arriba… ¡Que el ritmo no
pare!-, de efebos negros con tacones, bolso y taparrabos, parecidos a los que
fueron encarcelados, torturados y dados matute en las cárceles de Castro y en
los penales del paraíso colectivo.
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Ahora que los
griegos necesitan de la fiesta como del comer, sería un gesto que Pablo
Iglesias repitiera su performance bailonga
entre las ruinas de la Acrópolis. No sé si en aquel antiquísimo país conocen a
Alaska o al inventor del Bimbó, el que cantaba al chiringuito y a la barbacoa,
señas de identidad de estos meses de calor.
Las consecuencias del “no” con el que se ha cerrado el patético
referéndum, sólo pueden digerirse con la ayuda de una conga encabezada por nuestro
mesías, esta vez las manos en las caderas de una griega a la que se le notan
los huesos de tan poco comer –otra media vuelta, para coger al que se encuentra
a nuestra espalda-, o en los bolsillos vacíos del abuelito que no dispone ni de
unas monedas de céntimo para regalar a sus nietos.
Georgie Dann, que
permanecía congelado en la tundra, se abotona la camisa de satén de cuellos
desmesurados, se carda el pelo y se calza las botas blancas de tacón. Ha
encontrado al fin un argumento para componer otra salerosa canción: “No pagues
tus facturas a los de la corbata”, un himno pachanguero que toma ínfulas de tema
protesta, para el que Pablo Iglesias tiene en exclusiva su coreografía.