14 jul 2015

Cuando me convertí en padre comenzó a asustarme el refrán “Cría cuervos…”, que hasta entonces mis entendederas de aire naif habían vinculado a la celebérrima película de Hitchcock, pesadilla de mis días y de mis noches, que a mis criaturas, sin embargo, les hace bostezar. La negrura del ave, su carácter carroñero, su siniestra inteligencia y ese pico, capaz de dejar tuerto al ladrón malo que agonizó junto a Cristo, parecen incompatibles con los sonrosados y regordetes bebés de los que todos los padres hemos presumido al salir a la calle (por cierto, no olvido una ocasión en la que saqué a pasear a una de mis hijas –todo un muñeco con mofletes de manzana- sentada en su carrito, junto a Pipa, la pequeña perra. De pronto, una mujer que también llevaba un par de perros se detuvo frente a nosotros y dobló el espinazo para comenzar, con voz atiplada, a gorjear: <<¡Pero qué belleza!... ¡Si es una ricura!>>. Me inflé con el orgullo de un palomo mensajero, hasta descubrir que sus arrullos y carantoñas estaban dirigidas a nuestro can. A sus ojos estúpidos, nuestra hija de dos añitos les pasaba completamente desapercibida).
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Sin embargo, la ternura puede travestirse en barbarie. Es decir, el pequeño rubicundo que balbucea sus primeras palabras, puede acabar, incluso, engrosando las filas del terrorismo islámico y amenazar, por vídeo, con la muerte a cuchillo o a bombazo de sus padres, acusándoles de infieles. También puede salir a la calle con el único propósito de unirse a sus amigotes para apalear a quienes se les pongan por delante. O dedicarse al trapicheo con toda clase de estupefacientes. O invertir su tiempo en romper el mobiliario urbano y, al regresar a casa todavía con fuerzas, soltar una buena tunda a quienes debería querer. Es decir, a su papá y a su mamá.

Me tranquiliza saber que a los cuervos primero se los cría, pues la columna que sostiene nuestro hogar es la educación en el respeto y el ejercicio responsable de la libertad. Me preocupa, sin embargo, mirar alrededor, en donde hay tantos niños que sueltan sus primeros graznidos.


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