La impresión de la
mujer de Beckham, el jugador de fútbol, se nos clavó en el orgullo como una
saeta envenenada. La susodicha aseguraba que los españoles olíamos a ajo, aroma
que -crudo o estancado en la parte alta de la digestión- es como para que el
conde Drácula huya volando o para que el más romántico de los encuentros
resulte fallido. Como si en los finos cottages
ingleses no apestara a verdura cocida; por aquellos lares mastican coles
gaseosas hasta en la elegante mesa de Downton Abbey.
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Pensaría la
curiosona vocinglera de las Spice Girls (formación musical a la altura del trío
Mermelada, que hace bolos por las fiestas patronales de los villorrios de
tercera) que el mal olor es propio de los países del sur de Europa, en los que
la escasez de lluvia no puede esconder la poca frecuencia con la que en
Inglaterra pasan la aspiradora por la moqueta o se cambian de ropa interior. Y
con el mal olor, esos problemas tan desagradables que ponen en peligro el
bienestar de la Europa nublada, como la inmigración ilegal, pateras que
interrumpen el vuelta y vuelta con el que los británicos adquieren, en las
playas españolas, la peligrosa tonalidad del bogavante cocido.
Pero este verano la
patera ha encontrado un nuevo pasaje al Valhala, un atajo submarino que en la
panza de un camión o entre los rieles del media distancia se recorre a penas en
media hora. Los muertos caen en goterones sobre el Canal de asfalto desde el
mes de junio, con una voracidad, quizás, menos hiriente que aquella con la que
las fauces del Mediterráneo se traga los sueños contados en millares. Pero conviene
no olvidar que en el arte de aspirar a una vida digna, lo humano es que la suma
se haga en unidades, con olor a ajo, a desierto, sabana o jungla.
Más allá de los
aromas que acompañan al que pelea por hacer realidad el derecho universal del
libre movimiento, a españoles y británicos nos sobrepasa un drama del que nos
encontramos a años luz: nacer a este lado del mundo es un seguro para sobrevivir
en un planeta en el que las oportunidades están injustamente repartidas.