La hipocresía de
Occidente no conoce límites, como si por nuestra historia de “niños buenos”
desconociésemos en qué consiste la guerra, o como si por esta misma experiencia
consideráramos que la guerra hay que jugarla con las cartas boca arriba, de tal
manera que no haya posibilidad de trampa ni cartón. De igual modo que al-Asad,
que los rebeldes sirios, que los terroristas del Estado Islámico no paran
mientes sobre el destino de sus bombas ni de sus morteros, sino que procuran
que cada uno de sus ataques deje el mayor número de muertos, la versión más
espantosa del caos y la destrucción, no caben dudas acerca de que los ejércitos
francés, ruso y estadounidense vayan a detenerse –cuando el objetivo se
encuentra en el punto central de la mirilla- a valorar el contenido ético de sus
disparos.
Como siempre, el
problema está en el origen, en la raíz. Me explico: la primacía tecnológica de
Occidente debería utilizarse para prevenir esos teatros de la guerra que ahora
nos espantan. Hay razones estratégicas y económicas por las que no se ha
querido evitar lo evitable: que la rebelión que se transformó en una guerra
civil haya sido el detonante de una masacre. La sorpresa fue que el ISIS se
sirviera del caos hasta convertirse en una tercera fuerza. La sorpresa ha sido
que la huida de refugiados que siempre causa la guerra, haya sido tan masiva y
haya, además, venido a buscar acomodo en el corazón de Europa.
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En estos años, los
gobiernos de Occidente han contemplado de brazos cruzados las masacres en todos
y cada uno de los países donde la Primavera Árabe devino, primero, en un ajuste
de cuentas con los sátrapas, segundo, en un toma y daca entre los distintos
grupos que aspiraban al sillón vacante y, tercero, en la depuración de la
minoría cristiana. A fin de cuentas, cada uno de aquellos sátrapas fueron
socios tolerados y corrompidos por los intereses occidentales. A fin de
cuentas, lo prudente era esperar cómodamente a que el tablero de la guerra
indicara a quién convendría apoyar. A fin de cuentas, si los cristianos eran
ciudadanos de tercera, para qué jugársela por los hijos de una fe –en teoría,
la nuestra- desde un Occidente sin Dios.
Los aviones de
occidente han tumbado un hospital, llevándose por medio a enfermos, enfermeros
y médicos: es la guerra.