Al ser humano le
cuesta quitarse de encima los milenios vividos bajo la bota del clan, en los
que el hombre más fuerte agarraba el bastón de mando para imponer lo que le
venía en gana y aquello que juzgaba mejor para el grupo, antes de que uno de
los chicos que con toda probabilidad había engendrado y que, con los años,
había comido de su mano, le hundiera el nombrado bastón en el cráneo para
sustituirle, en el lugar de honor, junto a la hoguera. De aquellos polvos estos
lodos, en los que nuestra tranquilidad sigue precisando un macho alfa que venga
a imponer sus reales allí donde lo normal sería que las decisiones fueran colegiadas.
La mayoría de los
gobiernos del mundo, democráticos o no, tienen su gorila con cartera. En las
empresas también lidera el macho alfa, que es un chico con máster y corbata,
incluso una muchacha con tres idiomas y una mala leche atronadora, dura e
inmisericorde, sobre todo con las de su sexo y más si estas pobres están
casadas y son madres.
El macho alfa se
hace notar desde los primeros años, en el colegio, cuando no se sabe por qué un
mindundi sin experiencia se hace el amo del lugar, y no precisamente para
servir y proteger, sino para imponer la dictadura del más rancio de los
poderes. De hecho, hay niños que ya se golpetean el pecho como copitos de nieve
desde la misma cuna, hasta doblegar la voluntad quebradiza de sus padres, a
quienes tiranizan con la potencia del llanto, advertencia de la pesadilla que
está por venir.
Las novatadas son
un resquicio de lo peor del clan, un pellizco del gen tribal que no acaba de
oxidarse, una imposición del macho alfa sobre el carácter dúctil de sus
palmeros, dispuestos a infligir cualquier daño al inocente con tal de recibir
una caricia en el lomo. Hablo de las novatadas de estas calendas, en las que la
broma ha perdido proporción gracias a los excesos editados por Youtube, en los que
nada merece una carcajada si no media un susto con calidad suficiente para
provocar un paro cardiaco o si la gracia no trae consigo una humillación que ni
el más versado de los psicoanalistas pueda destejer. Sé que en los colegios
mayores universitarios las han proscrito, dándoles título de falta
suficientemente grave para una expulsión. Tampoco existen en el ejército desde
que la mili pasó a ser tabarra de quienes pintan canas. Pero haberlas, haylas, tantas
cobijadas detrás de la cobardía de un mensaje de móvil.