Recuerdo un
artículo dominguero del doctor Vallejo-Nájera, aquel psiquiatra que conmovió
a toda España cuando narró a cuatro
manos –aprovechando las de José Luis Olaizola- el renacimiento espiritual que
le supuso saber que padecía un cáncer de páncreas sin vuelta atrás. Escribía el
intelectual (además de médico, fue exitoso divulgador y novelista, voz
reconocida en los debates, coleccionista de arte y atrevido pintor naif) que
siempre le pesó su condición de hijo de la Guerra, lo que traducía en el
natural reparo a dejar un resto de comida en el plato. Poco importaba que el
almuerzo o la cena tuviese lugar en su propia casa, en la de un amigo
hacendado, en la de un humilde servidor (como los que atendían su finca de
recreo) o en Palacio (habitual como era en algunos convites reales); poco
importaba que lo servido resultara para él la más fina golosina o la más
repugnante de las porquerías: el recuerdo del hambre le impulsaba a dejar la
vajilla impoluta, por más que aquello del hambre no hubiese sido una experiencia
propia sino narración de aquellos cuyas circunstancias les obligaron a comer,
para su desgracia, pan negro.
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Por mi edad y
circunstancias, desconozco la experiencia atroz del hambre. Por fortuna
semejante fantasma no revoloteó sobre mi generación, la de los nietos de
aquellos que vencieron y perdieron, los que se quedaron y se marcharon, los que
regresaron a sus quehaceres después de unos años de juventud de trinchera y
polvorín. Y, sin embargo, como Vallejo-Nájera, nunca entrego un plato en el que
reste algún bocado por comer. Supongo que se debe a la sempiterna cantinela de
aquellas mujeres de mi infancia, que cuando llorabas delante de las lentejas
hacían mención a aquellos años de pesares –¡qué debieron padecer los
españolitos para acarrear la sombra de la gazuza incluso en tiempos del feliz
desarrollismo!- y a los niños del África del Colacao, “negritos” del Domund, para
quienes nos ofrecíamos, en un gesto de irónica magnanimidad, a buscar un sobre
en el que meter aquel vomitivo guisado antes de echarlo al correo.
Si me disculpan, me
voy a tomar un bocadillo.