Las próximas
elecciones al Parlamento y al Senado serán un duelo de bailes. La idea puesta
en práctica por el catalán Iceta, a pesar de las críticas con mohín arrugado de
su contrincante Albiol, ha sido todo un éxito. Y no precisamente porque el tal
Iceta sea un exquisito en el arte de mover las caderas –evocaba a la mascota de
los neumáticos Michelin, y se contoneaba como si se le hubiera colado una
lagartija en la camisa-, sino porque el gesto ha gustado a la demoscopia
electoral.
Después de
contemplar los estudiados pasos de la vicepresidenta, un golpe de sorayismo en el plató del Hormiguero,
los asesores han impuesto a los candidatos la obligatoriedad de asistir a una
academia de baile. Nacho Duato, españolísimo él, se tiene que estar frotando
las manos. ¡Infeliz!... Me malicio que
los gustos populares empujan a nuestros políticos a una danza menos estética.
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Hace un tiempo
escribí acerca de la conga de Pablo Iglesias. Coletazo va, coletazo viene, las
manos en las caderas de la Carmena, todos en fila, muy ordenaditos, y a pasear
entre las sillas bajo el ritmo atronador de “Paquito el Chocolatero”, cuyo
intelectual estribillo (en un solo de trompeta, los danzarines tienen que
gritar: <<¡Eh!... ¡Eh!... ¡Eh!...>>, sin que conozcamos el motivo)
obliga a detenerse para realizar un meneo bastante ordinario dirigido a quien
se encuentra delante y a quien se encuentra detrás.
Si Zapatero se
marchó sin escenificar un luctuoso heavy
metal en compañía de sus hijas –todos de riguroso negro-, a Pedro Sánchez,
al contrario, le va el desenfado de un numerito a lo “Village People” (le pega ataviarse
como el de los cueros, que también va de guapo. Y como el pueblo no sabe bien quiénes son los que forman su
equipo, ruego al lector que reparta los disfraces como guste). Y a Rajoy… A
Rajoy dudo si una danza funeraria o un tango arrebatado y triste mientas, por
detrás, Jose María Aznar se afloja la corbata para demostrarnos cómo se interpreta
el sirtaki.
Nos queda Albert
Rivera, que por joven y atezado se inclinará por el “I gotta a feeling”, con el
que fácilmente logrará colapsar las principales avenidas de nuestras ciudades.
Este es el sino de
nuestra pobre España: un bailoteo allí donde habría que poner cabeza y corazón.