Al paso que vamos
con las recomendaciones de la OMS, los secesionistas catalanes se van a quedar
sin butifarra que meter en el bocadillo. En vez de conejo y pollo para
acompañar al calsot, estos nacionalistas de camisa negra (y aún los nuevos
nacionalistas-comunistas-anarquistas, barbudos y malolientes), tendrán que
recurrir a las barritas del capitán Pescanova, que con salsa romesco tal vez les
traigan el eco del patio de una masía en la que se reúne una familia independentista
de las de toda la vida, ahogando en la almendra nacional (me refiero a la almendra
catalana, faltaría más) su sabor inconfundible de fábrica de congelado gallego.
La romesco, después de la llantina y el
victimismo al 3%, es lo mejor que ha salido de la cocina de ese paraíso de
barretina y estelada, con perdón a tantísimos cocineros que bordan la humilde
salsa majada sin entrar en pataletas ni amenazas, y eso que hunden sus raíces,
sus sentimientos, su habla y su cultura -que también es la nuestra-, en las
cuatro provincias de España más castigadas por la majadería chovinista.
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La Organización
Mundial de la Salud acaba de poner bajo las cuerdas al marrano catalán, protagonista
de la charcutería de larga tradición, base en la mesa de toda familia española que
no se molesta en leer los etiquetados de trazabilidad, porque le importa un
bledo si el porcino ha estudiado a Miguel de Cervantes o a Ramon Llul en su
camino de la paridera al matadero. Si la carne es cancerígena, el nacionalismo
también y de mayor agresividad, pues sus células malignas no son causa del
enloquecimiento de los tejidos que antes cumplían mansamente la función para la
que habían sido creados, sino de la falacia histórica convertida en mandamiento
más dictatorial que los Principios del Movimiento. Y eso, no hay quimio que lo
limpie.
Cataluña es una
gran industria cárnica, una fiesta de la manufactura comestible, una bomba de
relojería de aditivos y conservantes para salchichas, fuet, salchichones,
patés, fuagrases, sobrasadas y todo tipo de elaboraciones animales con sello
“made in Cat”, capaces de desguazar la abstinencia de toda una cuaresma. Los
puercos destinados a terminar el fulgor de sus días envueltos en tripas
sintéticas, respiran tranquilos: la OMS –tan oportuna- ha decidido unir sus
fuerzas a las de los políticos “legitimados por las urnas”, para acabar de una
vez con la historia de un pueblo, la razón de un pueblo y la grandeza de un
pueblo al que con una mano han mareado con lamentos propios del tango, mientras
con la otra le robaban la cartera al compás de una comisión.