Vivimos tiempos recios,
en los que los niños abdican pronto al candor porque la obligada ausencia de
sus padres ha provocado que la televisión e internet sean sus malditos
educadores. Algunos adultos creen que los pequeños maduran antes a causa de
esos hogares silentes, a causa de las crisis familiares que les hacen espectadores
de desencuentros y rupturas que conducen, maldita sea, a la soledad.
Llevo doce años
buscando escritores en miniatura, adolescentes a los que contagiar la pasión
por la palabra escrita. A lo largo de este tiempo he comprobado que dicha madurez
no llega, o si llega les alcanza cada vez más tarde, como si su infancia
viciada por los detritos de los mayores les impidiera comprender qué es la
responsabilidad.
Las niñas, por
ejemplo, ya no quieren ser princesas, como en la canción de Sabina, y en los
recreos hablan de la iniciación sexual al compás de lo que aprenden en clase,
en la tele y en el ordenador. No es raro que entre ellas blasfemen como las
viejas sardineras de Santurce, pero con menos gracia, y que para relacionarse a
través de las redes sociales utilicen un lenguaje barriobajero decorado con
emoticono.
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Pero hay momentos y
lugares en los que me confirmo en que la feminidad es un valor por el que
padres y profesores debemos pelear. Lo pelean en el colegio Entreolivos, a las
afueras de Sevilla, donde me colé durante el ensayo de su coro de voces
blancas. Las alumnas estaban ordenadas en un semicírculo según el tono de sus
voces, correctamente uniformadas, atendiendo a las indicaciones de la directora
musical, respondiendo con sonrisas a los amables comentarios del pianista,
valorando la belleza de los dos violines que suman a la coral la intensidad de
la crin y la madera. Las piezas que escuché venían salpimentadas con un oleaje
de movimientos armónicos, destellos de un baile elegante. Me quedó claro que
esas alumnas conocen las reglas del saber estar, que con su feminidad están
conquistando las condiciones de la mujer-mujer, tan necesaria para la salvación
del mundo y tan lejos de aquellos parámetros trasnochados del feminismo.