Durante estas
semanas el mundo está surcado por millones de caminos invisibles, escritos con
direcciones y remites de todos los colores, en sobres con más gramaje de lo
normal, a veces confeccionados con una cartulina delicada e intencionada; otras
en sobre humilde, que se abre a pesar de la tira de goma y transparenta su
contenido: la reproducción de una fotografía, de un grabado, de un dibujo
infantil y hasta de un lienzo importante, de firma, esos que penden de las
paredes de los museos.
A las
felicitaciones de Navidad las llamamos christmas, no sé por qué, con lo
fatigoso de buscar cuántas haches tiene el palabro inglés y dónde se ubican, ¡mecachis!
qué difícil nos lo ponemos, con lo completo que es nuestro diccionario (los
académicos capaces son de haber registrado el término como nuestro, dándole la
misma categoría que a botijo, mentecato, rabadán, sonajero…).
En los millones de
felicitaciones navideñas cabe de todo. No hace tantos decenios -fui niño
entonces- eran rectángulos de papel, doblados por la mitad. Al frente, una
reproducción no demasiado conseguida de alguna escena evangélica de lo que
aconteció en Belén y alrededores. Años después dichas imágenes llegaban,
incluso, troqueladas, cuando el que la enviaba podía permitirse el lujo de adquirir
un tarjetón que daba volumen al rostro de los personajes principales del
Nacimiento, a los cuernos y las orejas del buey y la mula que no aparecen en la
Biblia. Después, el acabose: Papa Noel por aquí y por allá, paisajes
estúpidamente blancos, campanitas, los minúsculos cristales de los que se
componen los copos de nieve, notas musicales, pajaritos, frases cursilonas en
idiomas ajenos: mucha paz y mucho amor, chin-pon. Y desde hace unos lustros,
una lluvia de cartulinas impresas con fotografías de la familia: el niño; el
niño y la niña; el niño, la niña y un cachorrito; los papás solos; los papás y
los niños; los abuelos con los papás; los abuelos, los papás y los niños; la
suegra con los niños; la suegra sola; la suegra en traje de baño con un Papa
Noel estampado… como si la Navidad fuese, no sé, un reportaje de anónimos para
el ¡HOLA!