¿Qué era China
hasta hace unos años, sino un dragón enjaulado en la lejanía de su inmenso
recinto? Un leviatán en cuya barriga escamada se movían millones de chinos,
todos iguales, con la etiqueta de un comunismo que las autoridades les atornillaban
con una revolución cultural en la que, a pesar de tanta sangre, la letra no
terminó de entrar. Y porque la letra no entró, poco después comenzaron las
fisuras en el cemento de aquella inmensa balsa de tiranía, aberturas por las
que escaparon unos pocos –en China, pocos significa multitudes- hacia todos los
rincones libres de la Tierra; aberturas por las que se introdujo la falsedad
del capitalismo, un sistema que entendió el hambre del gigante asiático solamente
como una oportunidad de negocio, sin imaginarse lo que acabaría por ocurrir: la
falsificación, la copia, la imposible competición, la inmediata elaboración de
los más variados productos sin regla alguna de seguridad, la colonización de
nuestros viejísimos mercados con tiendas de todo a cien, hasta disfrazar los
otrora tenderetes del aburrido burgo con el rostro redondo, desvaído e
indescifrable de un dependiente que lo mismo te vende un bolígrafo que un
adorno de Navidad, sin que nada te cueste más de cinco euros.
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Sabemos ahora que
el chino es el ejército más grande del mundo. Y el más obediente. Casi dos
millones y medio de soldados marcando el paso con marcialidad. Cinco millones
de ojos oblicuos a los que les cuesta dibujar el gesto del desacato. Un dos, un
dos… Infinidad de mandos que reciben instrumentos de guerra que, seguro, serán un
calco de la alta tecnología norteamericana y europea, por más que la cubierta
de las bombas sea del mismo plástico que electrifica los bazares.
No soy entendido en
habilidades castrenses, pero me malicio que el ejército chino no tiene las
misiones humanitarias como prioridad en su estrategia, de igual modo que,
supongo, no estará dispuesto a sumar sus efectivos en la lucha de Occidente
contra el terrorismo de la Yihad. Tal vez nuestros gobernantes no se hayan
molestado en levantar el teléfono para marchar el número de Pekín. ¡Tonto de
mí!... Olvidaba que con los chinos sólo hacemos negocios.