Contemplo admirado
el belén que mi mujer y mis hijas han montado sobre la mesa del salón. Es un disparate
en cuanto a las reglas de la proporción –Herodes es un cíclope sobre las
almenas diminutas de su castillo-, al tiempo que una escuela de sencillez,
inocencia y rigor histórico.
El rigor lo pone el
Misterio, un joven matrimonio y un niño recostado en un pesebre. También la
presencia de los ángeles, los pastores y los tres personajes más enigmáticos
que han pisado la tierra, aunque en ningún lugar de las Escrituras se indique
su número ni el lugar del Oriente desde el que partieron siguiendo el rastro de
una estrella.
Los Reyes Magos no
sólo son esa hermosa tradición que anuda en nervios los estómagos de los niños,
ni el pastiche que viaja en volandas de esas cabalgatas que los de Podemos
quisieran transformar en un desfile marcial de viejos comunistas: Melchor
transmutado en Carlos Marx, Gaspar en un Lenin que al generoso mostacho ha
sumado una poblada barba, Baltasar en un ejemplo de los parias sometidos al
capital. Los Magos fueron gentiles que vivieron cientos de aventuras y
desventuras por razones que iban más allá de la astrología y que les
condujeron, sin ellos saberlo, a adorar al Dios de los hebreos en una vivienda
en la que no cabía un solo alarde.
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Fueron aquellos
sabios el primer ejemplo de que las religiones pueden convivir en paz. También
de que el cristianismo se propone sin imponerse. Y de que muchas veces son los
gentiles –los infieles, según en qué orilla de la fe estemos colocados- quienes
nos dan una lección de generosidad que va más allá del heroísmo. Acaba de
suceder en Mandera, remota población fronteriza de Kenia, entre Etiopía y
Somalia: unos pasajeros musulmanes protegieron con sus cuerpos a otros
pasajeros cristianos durante el ataque de los terroristas de Al-Sahabaab a un
autobús.
Kenia es un referente
de armonía interreligiosa, a pesar de los gravísimos atentados que ha sufrido
en nombre de una interpretación bastarda de Alá. Baltasar bien pudiera haber
partido desde cualquiera de sus rincones cargado de mirra, un perfume resinoso
que evoca el dolor y la esperanza.