Los medios de
comunicación –tiro piedras contra mi tejado, pero con la conciencia tranquila,
pues el lector sabe que El Correo de Andalucía es una bocanada de aire limpio
en el universo de la prensa- han perdido, en buena medida, el rumbo, que es lo
mismo que decir que han renunciado al sentido de la proporcionalidad,
especialmente en internet, en donde la portada de cualquier diario coloca en un
mismo plano la complicada situación política de España, la inquietante actividad
del terrorismo islamista y el videoclip de Paquirrín, por poner un ejemplo,
sólo uno y no el más grave, de la idiocia que apesta este mundo sobreinformado.
Si preguntas a los
vecinos –en la cola de la caja del supermercado, en la parada del autobús-,
resulta que ha calado con mayor profundidad el estreno de ese audiovisual que
los enjuagues de Pedro Sánchez con los separatistas catalanes –todos los principios
de sus votantes a cambio de un “sí”- o la última barbarie en Burkina Faso
(indiferencia de nuestro mundo cuando los muertos, la mayoría de los muertos,
son de otro color).
Voy con lo de
Paquirrín y sus hermanos. La broma no merece la portada de ningún diario.
Tampoco un solo minuto de televisión, por más que esas ensaladas vomitivas que
exploran lo peor de determinados personajes deshumanizados, estiren el invento
hasta hastiarnos. Por si fuera poco, el contenido (la música, la letra de la
canción) y la estética (el escenario, una suerte de burdel; los personajes
corales, una pléyade de señoritas que hacen trizas la dignidad de eso que ahora
llaman “género”; los hermanos, jugando a ser la excepción elegantona entre lo
burdo; la hermana, zafiedad con nombre y apellido; el protagonista, un batido
de todo lo que uno no quisiera por yerno), radiografían el acabose.
A nuestro mundo
sólo puede salvarle la belleza. Es una conclusión madurada por muchos genios
del pensamiento. Y la antítesis de esa belleza copa estos días los titulares.
Un sujeto llamativamente feo, ataviado como el hijo de un mafioso ruso, con una
gorra de visera plana enroscada de lado, demuestra que preferimos los monstruos
post-goyescos a nuestra salvación.