Rita Maestre,
portavoz en el ayuntamiento de la Villa y Corte, no va a hacerlo más. Rita
Maestre, responsable del Área de Políticas de Bienestar y miembro del Consejo
Ciudadano de Podemos (¡viva la nomenclatura, camarada!), va a ser buena. Lo
promete recogida en los brazos de su abuela putativa, la alcaldesa, que solo
fue una trastada, ¡por favor!..., que solo tenía veintidós añitos, ¡porfis!...,
que ha pasado un lustro desde entonces, ¡crucis!..., que no se quitó el
sujetador en la capilla de la Facultad, ¡y rayas!..., que su ropa interior era
decente, sin transparencias, negra como los pañuelos de las viudas castellanas,
¡jolines!..., que por entonces era tan pequeña que aquello no eran tetas ni nada,
apenas un esbozo, que podría haber entrado sin sostén, como las niñas que
chapotean en la orilla de la playa con una braguita de Hello Kitty, ¡mami!...,
que además es mona, un angelito, que lo dice su abuela, la adoptiva, Carmena, ¡porfa…!,
que ella no se espatarró para mearse en las calles de Murcia, como la Colau,
que esa sí que es fea, y tonta y guarra, ¡¿vale…?!
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El juego es
esperpéntico porque fue esperpéntico el suceso de la capilla, en plena
celebración de la Eucaristía, que para los católicos es el sacramento de los
sacramentos, la liturgia más sagrada, en la que Cristo convierte su cuerpo y su
sangre en pan y en vino. Esperpéntico porque no hubo un solo fiel que provocara
aquella entrada a grito verdulero (por falta de espacio, me ahorro los
insultos, el vocerío, las proclamas), porque tanto la capilla como la ceremonia
cumplían todos los requisitos reconocidos en nuestro Ordenamiento jurídico, así
como en los acuerdos firmados entre el Arzobispado y el Rectorado de la
Complutense. Esperpéntico porque el despelote formaba parte de un juego
interesado para el que Maestre y cía. habían convocado a los medios de
comunicación, que inmortalizaron la performance. Esperpéntico por los modos que
utilizaron a juicio de cualquier persona que ame la libertad, sea creyente o
no, se declare cristiano, indiferente o ateo. Tan esperpéntico como pretender
que Rita, a los veintidós años, no era mayor de edad y responsable de sus
actos, salvo que hablemos de una tarada.