Como enunciado, “El
teatro de la guerra” tiene gusto literario. Carlos Pujol, escritor total, lo usó
a modo de título de una de sus últimas novelas. Pero no sólo la guerra es un
teatro en el que los protagonistas de su barbarie (y de sus actos heroicos)
juegan un papel bien definido, como el que ejercen los autores sobre las tablas
de un escenario; la vida misma es un juego teatral, un ensayo que no conoce
fin, en el que unos y otros escogemos una caracterización y un texto que interpretamos
en nuestra actividad social y en la privada, desarrollo de la personalidad que
vamos fraguando desde que vemos la luz en este continuo presente.
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Los últimos meses
tienen el sabor de una obrilla de autor de segunda o de tercera fila, en la que
el público, cansado del largo vodevil, ha comenzado a soltar abucheos y
patalear el patio de butacas, mientras los actores buscan un refugio entre
bambalinas donde rehacerse de la mala interpretación, más de cien días de voz
impostada, de gestos exagerados –teatrales- con los que pretendían marear la
perdiz. El pájaro, los pájaros, somos nosotros, espectadores y votantes,
sufridos españolitos que participamos en unas elecciones en las que decidimos
romper la seguridad institucional del bipartidismo para dar paso al populismo
de la coleta chavista, al populismo del gesto circunspecto del partido naranja,
cansados, con razón, del reparto de taifas y corruptelas entre el PSOE y el PP,
cuarenta años de gestión de dádivas, la política convertida en religión, el
voto cautivo, la bandería sofisticada de quien primero calienta asiento en un
ayuntamiento de capital, después en el parlamento autonómico, más tarde en la
Cámara Baja, después en el inicuo Senado para, guinda del pastel, culminar los
años de servicio a las siglas en el Parlamento Europeo, viajes, dietas y un
elegante pisito en la ciudad de Tintín, sin descontar los órganos de
presidencia de las cámaras, los consejos de administración de las empresas
públicas, participadas y privadas, los puestos consultivos en los organismos
internacionales y la madre que parió a la burra.
«Teatro,
decía el bolero», «lo tuyo es puro teatro».
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