Los jóvenes
lectores de prensa desconocen que en España, durante cuarenta y cinco años, se
publicó un semanario en formato sábana (el mismo que utiliza nuestro Correo de
Andalucía) cuya cabecera tenía como nombre “El Caso”, y que se dedicaba, en
exclusiva, a los sucesos. Sucesos gruesos y sangrientos, cuanto más sórdidos mejor.
Por sus páginas, que rezumaban pavor, fueron pasando los crímenes del momento, dando
a conocer –en blanco y negro- los rostros de los asesinos, violadores,
ladrones… que actuaron en el anonimato hasta que fueron detenidos. Algunos de
ellos, en los años de Franco, terminaron sus días en el tornillo del garrote
vil, el mejor final (sobre todo si el reportero tenía maestría en el uso de la
descripción) para poner la carne de gallina a quienes devoraban con deleite aquella
casquería humana.
Durante mi niñez, a
veces me apostaba ante los perfiles de los quioscos para contemplar –sin un
pestañeo- los rostros de los malhechores patrios, que colgaban de un cable, bien
planchaditos, sujetos con pinzas, como en una horca, hasta que una mezcla de
estupor y miedo me trepaba por los pies, sobre todo cuando asomaba el rostro
inquisitivo del quiosquero ante el descaro de un nuevo lector por la cara, esos
que no tienen el propósito –yo, ni siquiera dinero- de comprar y se conforman
con un atracón de primeras planas.
Muchas veces me
pregunté por qué, cuando la policía detienen a un criminal, el retrato del villano
grita a los cuatro vientos que se trata de un malnacido. ¿Será que los focos de
las comisarías o de los juzgados juegan interesadamente con la luz, para cortar
los perfiles en sombras intrigantes? Por aquel entonces no existía el Photoshop
(puede que algunos lectores jóvenes no lo sepan), así que los retoques en el
laboratorio eran fácilmente identificables. Tal vez, en aquella manada de
bestias se cumplía el principio de que “los ojos son el espejo del alma”,
incluso cuando los rasgos faciales evocaban los de un ángel, un ángel de la
muerte.
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Hoy las cosas son
distintas: el secuestrador del avión se fotografía, a modo de recuerdo, con los
pasajeros. Lo mismo harán las víctimas con aquel que está presto a cortarles el
gaznate.
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