3 abr 2016

Los jóvenes lectores de prensa desconocen que en España, durante cuarenta y cinco años, se publicó un semanario en formato sábana (el mismo que utiliza nuestro Correo de Andalucía) cuya cabecera tenía como nombre “El Caso”, y que se dedicaba, en exclusiva, a los sucesos. Sucesos gruesos y sangrientos, cuanto más sórdidos mejor. Por sus páginas, que rezumaban pavor, fueron pasando los crímenes del momento, dando a conocer –en blanco y negro- los rostros de los asesinos, violadores, ladrones… que actuaron en el anonimato hasta que fueron detenidos. Algunos de ellos, en los años de Franco, terminaron sus días en el tornillo del garrote vil, el mejor final (sobre todo si el reportero tenía maestría en el uso de la descripción) para poner la carne de gallina a quienes devoraban con deleite aquella casquería humana.

Durante mi niñez, a veces me apostaba ante los perfiles de los quioscos para contemplar –sin un pestañeo- los rostros de los malhechores patrios, que colgaban de un cable, bien planchaditos, sujetos con pinzas, como en una horca, hasta que una mezcla de estupor y miedo me trepaba por los pies, sobre todo cuando asomaba el rostro inquisitivo del quiosquero ante el descaro de un nuevo lector por la cara, esos que no tienen el propósito –yo, ni siquiera dinero- de comprar y se conforman con un atracón de primeras planas.

Muchas veces me pregunté por qué, cuando la policía detienen a un criminal, el retrato del villano grita a los cuatro vientos que se trata de un malnacido. ¿Será que los focos de las comisarías o de los juzgados juegan interesadamente con la luz, para cortar los perfiles en sombras intrigantes? Por aquel entonces no existía el Photoshop (puede que algunos lectores jóvenes no lo sepan), así que los retoques en el laboratorio eran fácilmente identificables. Tal vez, en aquella manada de bestias se cumplía el principio de que “los ojos son el espejo del alma”, incluso cuando los rasgos faciales evocaban los de un ángel, un ángel de la muerte.

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Hoy las cosas son distintas: el secuestrador del avión se fotografía, a modo de recuerdo, con los pasajeros. Lo mismo harán las víctimas con aquel que está presto a cortarles el gaznate.





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