Hablar inglés es
una asignatura pendiente en España, si entendemos las cualidades de ese idioma
como un pasaporte imprescindible para el éxito comercial en este mundo sin
fronteras, porque conviene dejar claro que ni las academias de barrio, ni las
clases de la ESO y el Bachillerato, ni siquiera los exámenes oficiales que -previo
pago- decoran el historial laboral, buscan lectores para Oxford, locutores para
la BBC ni voces que doblen con exquisitez a los actores de Downton Abbey que no puedan esconder su rabioso acento sindical. El
inglés es una asignatura pendiente en nuestro país, como también lo es en Portugal,
Italia, Francia, Alemania… Así que no nos flagelemos con complejos gratuitos, porque
por ahora sólo se ha convertido en segunda lengua de los países del norte, cuyas
nuevas generaciones mezclan sin apuros sus idiomas guturales con el hablar de
las islas, cargado de eses y golpes en el cielo del paladar.
El arte de los
idiomas sólo lo dominan unas pocas personas tocadas por el don de la memoria,
la habilidad verbal y la soltura lingual para manejarse lo mismo en las lenguas
muertas como en el abanico del habla que se masca en Japón, Rusia o la
literaria Irlanda, aunque el rasgo definitivo que define a los políglotas sea la
inquietud intelectual, que desprecia la jerga del mercado a favor de la belleza
de la palabra y, sobre todo, del correcto uso del español.
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Nada produce tanta
lástima como el maltrato al idioma de cuna por aquellos que ponen tanto denuedo
en retener la lista de los verbos irregulares y el vocabulario fundamental
según el diccionario Cambridge, que ronda las setecientas palabras. Setecientas
parecen más que suficientes para canturrear los éxitos de Cadena 100, escribir
emails, poner una conferencia a Los Angeles o salir de compras por Oxford
Street. La lástima que nuestros jóvenes tengan esa misma cantidad para
expresarse en español (la mayor parte de su tiempo hablan en su idioma materno,
incluso si son tan virtuosos como para repetir de memoria las veintiséis
canciones inicuas que han participado en Eurovisión). Lástima que su empeño lo
hayan focalizado en el aprendizaje del verbo to be, no en la correcta utilización –y es sólo un ejemplo- de los
determinantes posesivos en español.
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