Aquellos que
manejan los hilos de la “alta política” hacen y deshacen a su antojo, sin
necesidad de perder el tiempo en ofrecernos demasiadas explicaciones. Los
areópagos de nuestro tiempo están muy lejos de la faena doméstica –esta
terrible caló del final de junio-, la
paga extra, el anhelo por refrescarnos los pies en la orilla de cualquier
playa, en la ribera de algún río, en la piscina hinchable que hemos puesto en
la terraza para aliviarnos de lo único que ahora importa: la que está cayendo,
este fuego que calcina hasta los gorjeos de los pajaritos-.
Por eso no
entendemos lo del Brexit. Ni su
gravedad ni su oportunidad, si es que una y otra existen. Europa nos queda
demasiado lejos, aunque pertenezcamos a ella con más derecho que otros países
que han sumado sus estrellas a la bandera azul de la Inmaculada (ni siquiera
los más europeístas conocen el simbolismo mariano de la enseña oficial).
Hablamos de Europa como si fuese un entre lejano y antipático, en el que se
hablan todos los idiomas menos el nuestro. Europa es Bruselas, ciudad ordenada,
aburrida y gris. Europa es el incesante pasar de funcionarios y políticos por
unas puertas acristaladas coronadas de alcachofas de todos los medios mundiales
de comunicación. Europa es un parlamento que los políticos cesantes se reparten
a placer, dietas incluidas. Europa son cuotas, presupuestos, multas,
subvenciones y regalías. Europa es burocracia, papeles y más papeles, así como
una cascada de impuestos de valor añadido cuya cuota ha subido que es una
barbaridad.
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Europa fue –en
cuanto a su unión- un seguro para la paz de un continente cuya historia se
cuenta de invasión en invasión, de guerra en guerra. Europa fue una puesta en
común de valores occidentales desde el legado de las más importantes
civilizaciones, especialmente la romana y, muy especialmente, la cristiana.
Porque aquel anhelo por parte de los padres de la UE venía cuajada de los
únicos principios que garantizan la paz y la libertad, hoy bastante diluidos.
Por todo esto el
abandono por parte de Gran Bretaña, a pesar del referéndum y de la opinión favorable
de la más anciana de las reinas, me huele a “alta política” enfrentada a otra
“alta política”. Algo demasiado lejano.
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