13 jun 2016

Hay aves que, por comunes, no tienen poetas.  Hay muchos versos para las alondras, y no sé por qué. ¿Cuántos rapsodas le regalan un hueco, desconociendo incluso el aspecto del pájaro en cuestión? También se llevan poesías las águilas, aunque lo que vuele por encima del versificador sea un milano, que es más común. Cantan los trovadores al ruiseñor a cuenta de su música, que debe de estar cuajada de pentagramas en Si bemol, para mayor gloria de los zarzales en los que anidan. Cantan al petirrojo de pechuguita encendida, al cisne de Darío, al pavo real por el abanico tornasolado, careta con el que el macho disfraza su fealdad. Hasta el gallo tiene versos, como quien no quiere la cosa. Y entre los pajaritos de jaula el asunto no tiene límites: canarios, verderones, jilgueros y hasta aves de colores tropicales entre los artistas del otro lado del mundo, así como entre los nuestros que juegan a componer una poesía, no sé, ¿moderna?

Sin embargo no hay apenas versos para los gorriones, y mira que hormiguean a nuestra vera con la fidelidad del perro faldero, revoloteando haga frío o calor, cargando de trinos y gorjeos la música empobrecida de las ciudades y el ritmo algo más apaciguado de los pueblos. A ellos, infelices, les da lo mismo, porque lo que buscan es nuestra compañía. Picotean las migas de quienes comen en un parque, como si fueran pajaritos evangélicos, pobres lázaros que siguen a niños epulones que mordisquean un bocadillo, para llevarse aquello que por pequeño desprecia hasta el viento, en una batalla sin cuartel con las gigantescas y sucias palomas, con las cotorras argentinas que lo han invadido todo, en una plaga que arrasa el espacio de estos diminutos saltarines vestidos de gris y marrón, una plaga que destroza sus nidos con la malicia que sólo los loros saben desplegar.

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Leo con tristeza que languidecen las colonias de gorrión. No se sabe si es que mueren sus polladas o si son las hembras, que ya no se molestan en poner huevos. Los ornitólogos buscan las causas. Es como si al hombre le privaran de su sombra, como si le arrancaran la protección de su ángel guardián. Poco nos importa, me temo. Que se busquen un poeta y les componga una elegía.



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