Las vacaciones son
el mejor invento de la sociedad tardo-burguesa, un hecho institucionalizado,
reconocido y protegido por la Ley, que nos garantiza una serie de semanas de
feliz asueto, además de los sábados y domingos, fiestas, puentes y “moscosos”
–para los funcionarios a quienes les caiga esta breva-, que son un suma y sigue
que, bien utilizados, garantizan una ristra de días libres que añadir al
calendario de las fechas marcadas en rojo, color que para estos menesteres deja
de ser el aviso de un peligro para convertirse en señuelo de disfrute.
La humanidad
analizada como un todo, sin embargo, apenas sabe qué es este invento de las
vacaciones, un beneficio más, exclusivo, para los que habitamos la parte
superior del globo, una bicoca que nos ha caído del cielo, una rareza, pensarán
los habitantes de Corea del Norte, por ejemplo, que como si fueran máquinas sin
voluntad se gastan la vida trabajando para el régimen, sin que por ello reciban
otro beneficio que conservar la cabeza sobre los hombros. Tampoco en Cuba hay
vacaciones, entendidas éstas como un tiempo en el que nos alejamos de la rutina
laboral, abandonamos nuestro lugar habitual de residencia y buscamos el
regocijo del viaje y el contacto con la Naturaleza. En Cuba lo que no hay es
ocupación, pero no tener nada que hacer es muy distinto a descansar.
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No hay vacaciones
en Venezuela, salvo para los oligarcas de la dictadura, que se solazan en
alguno de los paradisiacos hoteles que aún quedan en pie, o se marchan a Miami
o a Bahamas con todos los gastos pagados por los millones de familias que
apenas pueden hacer una comida al día. Nadie duda de que a los sátrapas les
encanta, de vez en vez, tomarse un respiro en sus funciones de acogotar a sus
compatriotas. Los tiranos que en agosto abandonan el palacio y el ministerio se
gozan al sol, entre opíparas comidas y costosos entretenimientos, lejos de los
discursos populistas, las sentencias de muerte y cadena perpetua. En vacaciones
juegan al bingo, toman mojitos sin límite y bailan el “Macarena” en la
discoteca reservada para ellos y su prolija trompee.
En África ignoran
que es un tardo-burgués, así que no merece la pena hacer ninguna consideración
acerca de las vacaciones, salvo que nos detengamos en alguna urbanización con
vigilancia privada, sita en Ciudad del Cabo, Nairobi o Luanda. Sobre América
Central y el Continente del Sur, cabe decir lo mismo, con un guiño a las tiras
de Mafalda en las que aquella familia de clase media disfrutaba de un breve viaje
a las montañas o al mar.
Las vacaciones son
un invento reciente, un privilegio que ha empapado desde la cima hasta la base
de nuestra pirámide social. Qué menos que agradecerlas. Qué menos que
aprovecharlas, hasta su último compás.
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