13 mar 2017

El hombre fisiológico viene a compensar al hombre espiritual. Ambas realidades son magnas, pues le ponen nombre a quien fue capaz de sacarnos del barro y la costilla. Esa doble cara de la moneda hace posible que las capacidades, a veces sobresalientes, de nuestra inteligencia no se nos suban a la cabeza, pues estamos atados a los órganos y funciones propias de los mamíferos, algunas de ellas ciertamente comprometidas.

Carlos Herrera, que con su estilo radiofónico hace historia —comparable a la de Luis del Olmo y a la de Bobby Deglané—, ha abierto las puertas a las grandezas del ingenio y a las bajezas de la fisiología en la voz de sus cientos de miles de oyentes. Es lo que ha venido a titular “La fosforera” o “La hora de los fósforos”.

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Aunque hay mañanas en las que la actualidad obliga a la redacción de Herrera a proponer, para los testimonios del pueblo, alguna circunstancia pegada al dolor y a la emoción, lo habitual es el despiporre, que por mayoría abrumadora suele girar en torno a la nombrada fisiología: pedos, cacas, pises, toses, esputos, sudores, almorranas, halitosis, caspas, ceras, mocos y demás realezas son el ir y venir en el que nadan los radioyentes que comienzan por declararse «fósforo de tu programa». Otras veces se les sugiere lo más rijoso del salto de cama, baraja que va desde la experiencia con el Viagra a anécdotas relacionadas con las señoritas de bolso y esquina.


Uno se solaza con el desparpajo de muchas de las personas que aparecen en las ondas, aunque en ocasiones sea mayor el peso del azaro y la vergüenza ajena. Olvidan los oyentes de Herrera que el pudor es virtud. Y en la mayoría de las ocasiones, todo un arte.

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