16 oct 2017

El general Queipo de Llano se inventó ante los micrófonos los primeros compases de la Guerra Civil, transmitida por Unión Radio Sevilla. Fue tal su entusiasmo al declamar sus arengas, que ningún radioyente se tomó la molestia de contrastarlas. Según el libreto que improvisaba de noche en noche, Franco y su ejército no tardarían en aniquilar a las hordas prosoviéticas para pasearse, henchido de gloria, a la sombra de la catedral como un nuevo san Fernando con su coro de ángeles. La realidad fue otra, claro: tres años tres de refriegas, batallas y miles de muertos. Sin embargo, Gonzalo Queipo inventó, sin saberlo, eso que ahora llamamos reality show, un espectáculo en el que todo parece real y casi todo es mentira, como aquella famosa locución por las ondas hercianas de Orson Welles, que sumió Nueva York en una larga hora de terror a causa de su narración dramatizada de “La guerra de los Mundos”: la invasión de Marte, sin permiso de George Lucas.


La larguísima astracanada de la independencia de Puigdemont, su peluca nacionalista, las vicetiples de la Esquerra y el anarquismo sucio de los diputados de las últimas bancadas del Parlament, se ha cobrado el derecho a formar parte de esas funciones en las que ficción y realidad se confunden. Aunque el “honorable” carezca de la genialidad de Queipo o de Welles —es muy complicado que nadie pueda creerle—, tiene el mérito de que su matraca la esté escribiendo el pueblo con un chorreo imparable de memes y documentos de wasap que, si comenzaron siendo muy graves, se han transformado en piezas divertidas, algunas de ellas antológicas en el género de la chufla, la bufonada y la rechifla. Son los teléfonos el medio con el que nos contamos esta independencia con olor a butifarra quemada.






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