¿Calentamiento global?... Pues aquí hace un frío de bigotes, muy parecido
al de mi infancia —en el mismo lugar y el mismo mes—, cuando a la hora del
patio rompíamos a pisotones o a pedradas la capa congelada de los charcos. Un
experto en el tema escribe que, ante la falta objetiva de realidades que
certifiquen la calamidad universal, los gurús de la religión de la catástrofe
climática decidieron cambiar la nomenclatura para no volver a pillarse los
dedos: por eso ahora es obligatorio prescindir del «calentamiento global» a
favor del «cambio climático», tanto monta, monta tanto, que al no vincular su título
con ningún fenómeno concreto (ni frío ni calor, ni lluvia ni desierto, ni
placas del Polo ni mar que se evapora) logra estremecer a la sociedad sí o sí.
Nada hay más útil que el miedo para controlar las masas.
Hace una semana España quedó cubierta de nieve. Cómo no sería la cosa que
en Madrid algunos padres nos vimos obligados a recoger a nuestros hijos antes
del final de la jornada colegial, no fueran a quedarse atrapados en la nevada.
Recordé que una o dos veces sucedió algo parecido durante mis años escolares,
en los que todavía no se había inventado el Coco del cambio climático.
Tras el hundimiento del comunismo, los poderosos se han visto obligados a sacar
de la chistera ideologías sorprendentes, opios del pueblo para impedir una
revolución social que reclame el sentido común del que nos privan. Esto del
clima es uno de los cuatro o cinco disparates que nos gobiernan, a pesar de que
reconozco que también me lo creí cuando volví a ver el Kilimanjaro, después de
treinta años, casi ayuno de nieve. ¿Calentamiento global?... Normalidad en una
Naturaleza siempre en movimiento.
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