8 abr 2018

En mi día a día hablo mucho de educación, de buena educación, pues trato de transmitirla a mi progenie. Considero que es una de las felices obligaciones del buen padre. Los hijos deben entender desde muy pequeños que las buenas maneras nada tienen que ver con la afectación y sí con la convivencia, porque allí donde no se cuidan las reglas sociales (también las convenciones, que —a pesar del aire antipático del sustantivo— son medulares para que no vivamos como en una jaula de osos hambrientos) todo se torna destructivo.

En el incidente de Letizia con la reina Sofía hay mucha miga, a pesar de que la brevedad del vídeo nos impida conocer qué sucedió antes y qué aconteció después. La libertad de los caracteres no les obliga a entenderse, a pesar de la cercanía familiar, pero sí a respetarse. En el caso de la nuera, además, con veneración, pues la ancianidad y —sobre todo— la sabiduría de una monarca de tan largo recorrido deberían superar cualquier desavenencia (reservada a la intimidad entre los esposos). Por tanto, el problema no es que la suma de malos gestos haya tenido lugar en público, donde se da por sentado que quien detenta la realeza no puede hacer ni siquiera un mohín del que se pueda sospechar algo negativo, sino que refleja un comportamiento cuajado de mala educación.

http://elcorreoweb.es/opinion/columnas/la-educacion-de-la-mujer-del-cesar-BC4037388


Una madre mal educada a la fuerza transmite la zafiedad de sus acciones a su progenie, sobre todo cuando se preocupa de aislarla de aquellos que saben (porque las viven de continuo) cuáles son las reglas adecuadas para cada momento. Convivir obliga a respetar. Reinar, además, a servir, a sonreír, a callar, a soportar, a conciliar, a transmitir un legado que se hunde en la noche de los tiempos, cuando a la mujer del César no le bastaba ser educada sino también parecerlo.

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