Pedro Sánchez convierte en luto aquello que toca, como si hubiese llegado con
el único fin de poblar España de plañideras. Se visten de luto los
profesionales de la televisión de todos, en protesta por la venta del ente
público a Podemos, que nos va a adoctrinar en su marxismo hedonista a quienes
todavía encendemos la 1, la 2 o el Canal 24 Horas. Pablo Iglesias, nuestro
Rasputín con chalé en la sierra, debería adornarse con un tutú negro cucaracha
para acudir a “Mira quién baila” y marcarse un tango llorón con Bustamante —patita
patrás, patita palante—, mientras lanza pasquines al público en los que previene
de lo malos que son los bancos que a él le brindan hipotecas en las mejores
condiciones.
En este trompicón de velatorios, Sánchez y su grey, aprovechándose del
calor de chicharra que adormece los pinos de Cuelgamuros, también van a purgar
el Valle de los Caídos para ganar de una vez esa Guerra que ganó el bando
equivocado. Eso sí, quiere ser exquisito con la revancha y el finado, porque no
ha venido a buscar confrontación ni con Torra —la voz del amo que ha convertido
Cataluña en un cementerio para la paz social, la industria y los negocios— ni
con los calladitos que en sus tumbas esperan el Juicio Final.
Este nuevo socialismo de postureo y gafas de sol precisa más luto todavía.
Por eso pinta de azabache los autobuses en los que volverán a casa los
terroristas amnistiados, ajenos a la memoria de los inocentes, de sus viudas y
de sus huérfanos. Y por si no fuera bastante, a golpe de Ley se dispone a
repartir por los hospitales de la Seguridad Social el veneno para consumar el Valhalla de la eutanasia.
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